Cuenta la Biblia que cuando los hombres acometieron la empresa de construir una torre que llegara al cielo, Yahveh "confundió sus lenguas" y "cesaron de construir la ciudad".
La presunción del hombre ha disminui-do en los tiempos modernos, pues ha comprendido sus limitaciones, pero su magnífico espíritu de superación se mantiene vivo, como una característica esencial de la raza. El hombre no quiere ya construir "torres de babel", pero sí sigue empeñado en construir un eleva-do y sólido edificio, que sea refugio sereno y al mismo tiempo augusta expresión de su espíritu. Sabe que la materia es perecedera y no es con "ladrillos cocidos" o más modernos sis-temas de amasar la materia, como ob-tendrá una construcción duradera, sino mediante una superior arquitectura espiritual, no a base de murallas que encierran y luego caen, sino de una armoniosa conjunción de voluntades libres. El hombre quiere edificarse un sistema de vida. Un sistema que respe-te su dignidad y asegure su libertad.
Para el viejo impedimento de la confu-sión ha reaparecido, y la construcción amenaza detenerse. El hombre ha aprendido a traducir los idiomas, pero no las ideas, y así nos encontramos combatiendo enconada y torpemente por los mismos lemas de Libertad y Democracia, en medio de espantosa confusión. Confusión deliberadamente provocada por quienes usurpan a sabiendas esas banderas, a la manera de aquellos viejos piratas que surcaban los mares al amparo del pacífico pabellón de las Naciones, para recién descubrir su siniestro pendón de rapiña y muerte |
cuando ya era demasiado tarde, a la
confiada presa elegida para organizar sus defensas. Y facilitado por la irreflexión general de estos tiempos, en que las
pala- bras atraen por su sonido y no por su significado, que, cuando es profundo, debe ser medita-do, para reconocerlo. Para diferenciar la nave amiga del barco pirata, y no se-guir el emblema por su color sino por la intención que bajo él se cobija.
Democracia es un sistema de vida. No simplemente un procedimiento electo-ral. La democracia, al decir Bertrand Russell, fue inventada como un medio de reconciliar el gobierno con la liber-tad. Su finalidad es preservar las liberta-des individuales frente a cualquier poder que amenace avasallarlas. El gobierno "mal necesario", es una de esas amenazas potenciales, y por eso una auténtica democracia limita sus poderes y provee los medios para controlarlos. Para ello hace temporal su poder, y dependiente de la aprobación del pueblo. Y para paternizar esa aprobación, mantiene una total libertad de expresión, y recurre al procedi-miento de la votación, donde aparece un nuevo poder, la mayoría. Pero, por ser un poder, la mayoría constituye a su vez una amenaza para la libertad indi-vidual, y, para contrarrestar esta nueva amenaza, una autentica democracia provee también límite y controles a este poder, asegurando la representación de las minorías, y, nuevamente, la libertad de expresión a cada uno de los ciudada-nos. Todo esto, pues, gobierno, eleccio-nes, mayorías, son sólo elementos secundarios, simples medios para obtener un fin, la vivencia democrática, que es el juego armónico de |
las volun-tades libres, el libre ejercicio de los derechos humanos naturales, incluso el derecho a equivocarse, condicionados sólo al respeto a los derechos de los demás.
Es antidemocrático, por lo tanto, todo sistemas que no asegure esta vivencia. Antidemocrático, aunque enarbole la bandera de la Democracia, y aunque haya sido impuesto siguiendo los pro-cedimientos de la Democracia. Antide-mocrático si restringe las libertades individuales, aunque sea apoyado por la mayoría. Si la mayoría elige un sistema dictatorial, podrá imponerlo a los demás, pero no tendrá derecho a llamar a eso Democracia. Y, de todos modos, no tendrá ya posibilidad de modificarlo, una vez que haya tomado los controles el gobierno.
Democracia es una sola cosa. Sin aditamentos. "Democracia Popular" no es Democracia. No sólo por el aditamento. Que de por si ya indica una variante, un renegar de la Democracia pura para disfrazar bajo su nombre una idea ajena, sino por ejemplo de los pueblos en que con tal bandera se ha impuesto una dictadura, personal, o de partido, o del proletariado, pero dictadu-ra al fin, y por lo tanto antidemocracia.
La confusión paraliza la tarea construc-tiva, y amenaza convertir el luminoso edificio de la libertad en cárcel sombría. Para salvar su obra, el hombre libre debe aprender a distinguir la pureza de las ideas y de las intenciones entre el confuso fárrago de la "neo-habla" de-magógica y totalitaria. Y defender los principios de la auténtica Democracia frente a las pretendidas "convenien-cias" o "necesidades" eventuales pro-clamadas en nombre de "la razón de Estado". |