“Una ínfima parte de la gente que dispone de capital de arriesga hoy día a invertirlo en exportaciones comerciales o industriales", comentaba hace poco un conocido hombre de negocios. La gran mayoría se dedica a ala especulación o a prestar su dinero con intereses usurarios. Naturalmente que esto no agrega nada a los escasos bienes de que puede disponer la población; pero es muy cómodo para los felices poseedores de esos dineros, que sin esfuerzos ni preocupaciones disfrutan placenteramente del trabajo de los demás. Los demás…son aquellos que sí se arriesgan y que tienen que lidiar día a día con todos los problemas que significa una empresa en nuestra situación actual: búsqueda de las escasas materias primas, conflictos laborales, antigüedad del equipo, trabas burocráticas, insuficien-cia de los recursos financieros; en fin, toda esa maraña de pequeños y grandes problemas que puede asustar hasta al más temerario.
¿Cuál es la causa de esta lamentable situación? En gran medida, el disloque total producido por la intervención del Estado en la vida económica. Todo se altera y se deforma cuando comienzan a operar los resortes estatales, con su tendencia al crecimiento continuo y su vocación por alcanzar cada vez más sectores de la vida pública y privada.
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Esta intervención se ha hecho y se hace con el pretexto de defender los intereses populares y promover una más justa distribución de la riqueza. La realidad es, en el caso argentino, que los intereses
po- pulares han sido gravemente dañados por
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la
acción de sus protectores estatistas.
Desorientar a la opinión pública es un objetivo primordial para quienes desean la destrucción de la democra-cia; es decir, para los partidarios del capitalismo de Estado o del totalita-rismo político, económico y social.
Con tal propósito se esfuerzan en presentar a los partidarios de la libre empresa como "reaccionarios", gentes despiadadas que sólo piensan en llenar sus alforjas, explotadores de las desdichas ajenas o fabricantes de la desaventura popular. Se pretende ridiculizarlos presentándolos como detenidos en las teorías de Adam Smith, o aferrando a viejas y superadas fórmulas, o sostenedores de la idea según la cual la economía se regula por sí sola, del mismo modo que el líquido de los vasos comunicantes busca siempre el mismo nivel.
Conviene por ello que la opinión sepa que la libre empresa no es lo que quieren hacer creer quienes piensan, exacta o erróneamente, que la única solución es socializar los medios de producción.
El concepto de libre empresa ha evolucionado notoriamente y está insuflado por nuevos contenidos, que procuran hallar los medios mas idóneos para obtener la abundancia de bienes y la equitativa repartición de los mismos.
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Dentro de una economía liberal moderna, el gobierno puede y debe planificar las grandes líneas de la economía. Ello supone el estudio serio y racional de la estructura económico-social, para que mediante el análisis basado en el acopio |
de datos estadísticos, puedan dictarse normas que regulen el útil
desenvolvi- miento económico sin coartar la libre iniciativa individual.
El objetivo lógico de la regulación estatal es introducir en la economía un factor de orden que pueda reestablecer la libertad de los mecanismos naturales defendidos por Adam Smith. Con ello se impide que la libre iniciativa individual, movida exclusivamente por los estímu-los del lucro, rinda en su conjunto menos de lo que debe rendir para el progreso y el bienestar de la comuni-dad.
La gran planificación de este tipo no solo tiende a suprimir los excesos, sino a cumplir otros objetivos esenciales, como el funcionamiento de la iniciativa individual, evitar la desocupación y lograr una justa distribución de la riqueza. El Estado tiene en sus manos instrumentos para procurar estos objetivos sin coartar la iniciativa privada; el sistema impositivo y la regulación del crédito son solo dos medios que pueden utilizarse para este fin.
Por consiguiente, la libre empresa no es una teoría caduca y moribunda; por el contrario, es un concepto actualizado y moderno, que se opone vigorosamente al capitalismo de Estado y que brinda una incuestionable solución económica sin necesidad de recurrir a la violencia estatal, como ocurre en los estados totalitarios.
Hasta ahora no se ha inventado otro motor para el progreso que la libre creación de las personas. En nuestro país el estado hace mucho tiempo que pone todo su empeño para apagar este motor. Es hora que reparemos este error y arranquemos de nuevo hacia delante. |