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La Hoja Federal

Número Extraordinario

 

 

Correo de la Tarde,

editorial del 28/11/58

 

Está terminando la Era de la demagogia

"El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes". Con esta cita de la Constitución Nacional, el presi-dente de la República señaló con toda pre-cisión un límite -verbal- a la actitud de fuer-za asumida por ciertos sectores gremiales que pretendían convertirse en rectores de la política nacional.
Fue ese un límite para los dirigentes que trataron de capitalizar la buena fe y el espí-ritu de solidaridad de los trabajadores para inmiscuirlos en aventuras políticas, alteran-do el sentido de la organización gremial, fuerza integrada con el solo y legítimo pro-pósito de mejorar las condiciones de traba-jo y defender intereses de clases.
 

 

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El trabajador como todo ciudadano, tiene el derecho y la obligación de interesarse por todos los problemas nacionales. En este sentido la palabra del Presidente ha sido rectora, alentador su discurso del domingo 9, en cuanto significó una clara definición al señalar los "ismos" responsables de la campaña disolvente y subversiva.
Pero las palabras no bastan. No es posible que quede margen alguno para que el ciu-dadano llegue a la conclusión de que fue un simple discurso. O un amago. O un ex-abrupto exasperado y tentativo.
Sin embargo, los hechos se encargaron de diluir las primeras impresiones ante las medidas conciliatorias inmediatamente adoptadas por funcionarios cercanos al propio primer magistrado. Después los rumores y las declaraciones de que se "estaba estudiando el pago de los días de huelga", asumió al ciudadano común en el estupor, pues resultaba inadmisible que el Estado pagase la "subversión", según la 

calificó el mismo Presidente.

¿Qué interpretación puede encontrar el hombre de la calle en actitudes y posturas semejantes?, ¿Qué interpre-tación puede encontrar el mismo trabajador, que impulsado a posiciones de fuerza por malos dirigentes, observa el espaldarazo que a esos dirigentes da el mismo gobierno?
Es fundamental que las decisiones confirmen los discursos y que los hechos prueben el deseo de proteger a las instituciones republicanas desde el mismo seno del Gobierno elegido por el pueblo para defenderlos.

 

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La confusión puede ser letal. El país necesita pruebas inequívocas sobre cual será la línea política del gobierno para poder proceder y confiar.
Es la más alta magistratura de la nación lo que más está obligada a afirmarse en la política enunciada o a enunciar otra política que la reemplace. Los titubeos, las marchas y contramarchas, traen la anarquía y la confusión.
Ayer han sido movilizados los ferrovia-rios. Nos duele que sea necesario pro-ceder así con hombres de reconocida trayectoria democrática, pero consi-deramos que antes que todo interés personal o de grupo, está el supremo interés de la Nación. Nos duele que otra vez las Fuerzas Armadas deban intervenir en sucesos de orden interno

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Nos duele que este problema no haya podido ser evitado. Quizás la más grande de las culpas esté en el propio gobierno que no supo definirse cuando debió hacerlo, y que si se definió fue para des- 

decirse casi inmediatamente después.
Es interesante destacar el hecho de que haya sido el peligro de la inflación uno de los factores desencadenantes del diferendo. Lo consideramos un hecho auspicioso porque demuestra clara-mente que la inquietud ha llegado ya a todos los sectores. Posiblemente la actitud de los trabajadores impulse al gobierno a adoptar las medidas que tiendan a frenarla de una vez. Medidas sanas serían el mejor seguro.

El gobierno ha demostrado firmeza. Pero no basta con que la demuestre solamente cuando son amenazados los servicios que de él dependen y permanezca impasible cuando se atropellan los fueros particulares.
El nuestro no es un estado corporativo donde únicamente se impone la voluntad sindical, sino un país de hombres libres. Las garantías constitu-cionales son para todos y para cada uno, agremiado o no. Y estas garantías no deben ser solamente declamatorias, sino vigentes en la práctica, respalda-das en todo momento por el Estado, sin que sean amenazadas o puestas en dudas por ninguna tónica reinante.

 

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Si la movilización dispuesta anoche parece ser la respuesta a tantos interrogantes, defínase también el gobierno en este otro sentido. No tema a los trabajadores. Ellos sienten más que nadie en carne propia la terrible inestabilidad económica, porque la miden con el pequeño metro de la comida diaria. Exponga claramente la situación. Provea las medidas para dar solución definitiva al vértigo inflacionis-ta…y comprobará, sorprendido, como todo el pueblo argentino ha de acompañarlo.
Está terminando la era de la demagogia.


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