Desde que el Poder
Ejecutivo nacional comenzó a actuar sobre hechos consumados sin oposición y con
la prepotencia de pensar que el estado tiene dueño, quienes pensamos libremente,
nos encontramos desamparados.
Uno de los motivos por
los cuales La Hoja Federal vio más postergada la edición de sus números durante
un par de años fue la sensación de falta de valoración del librepensamiento y la
aparente inexistencia de una dirigencia que se mueva por algo menos sombrío que
la permanencia en sus cargos o la generación de ganancias de corto plazo. Dado
este escenario peligroso, todo lo que esgrima, diga o escriba alguien que no
cede su honra en favor del pensamiento único, parece yermo.
Estas reflexiones no
resultan una queja estéril para exculparnos por la falta de exposición de
nuestras ideas, ya que durante trece años persistimos en resaltar los errores y
en denunciar los abusos del estado en sus distintos gobiernos. Ante ello,
indicamos los errores de la gestión Menem, denunciamos los negociados y
elogiamos algunas cuestiones desde la crítica.
Durante el gobierno de
de la Rua, indicamos las fragilidades y virtudes de una pretendida noble gestión
que no llegó a consumar los actos necesarios para un buen gobierno. Sobre ambas
gestiones, advertimos incluso, las críticas dadas sin fundamento y las noticias
de evidente campaña de desprestigio, sin veracidad.
Desde el 2001, resultó
difícil entender las gestiones de gobierno de transición que, sin haber sido
elegidos, aplicaron normas de emergencia de dudosa legitimidad.
Hoy, nos encontramos con una gestión de
gobierno que no oye ni escucha, que no le importa la voz ni la letra de nadie y,
cuando nota una crítica, el equivocado es siempre el otro.
Tenemos un gobierno
conformado con lo más execrable de la dirigencia argentina, con los pioneros de
la corrupción, ahora mejor sostenidos, y con quienes protagonizaron los peores
errores que sufrimos en Argentina durante los últimos cincuenta años. Por
consecuencia, sus objetivos no son "ni siquiera" parecidos a los objetivos de
una sociedad sana.
Que esto sea así no implica una culpa exclusiva
de parte de ellos mismos, sino de las voces que no se oyen cuando la situación
lo merece.
Parafraseando a un ex presidente extranjero,
si nos preguntaran el motivo de la decadencia de nuestra sociedad, en Argentina
deberíamos responder:
¡Es la dirigencia, estúpido!
Resulta que las ideas
de nuestra elite intelectual y de quienes se arrogan la voz de sus sindicados
van de un lado a otro sin un rumbo propio, sino por el que marca la tendencia
del momento.
Esto no sería algo malo
si estuviéramos en una sociedad con cierta estabilidad, con instituciones
funcionando planamente y con algo de respeto por las normas preestablecidas, ya
que algunas cláusulas pétreas mantenidas desde los pactos preexistentes y
plasmadas en la Constitución Nacional, harían su trabajo por sí; pero, resulta
devastador cuando el patrón de comportamiento de la dirigencia es esperar a ver
qué dice un líder, para actuar en consecuencia.
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Es entendible que ante
un régimen como el actual, haya dirigentes que, con origen en la oposición,
hayan mutado sus opiniones y perdido su independencia intelectual para formar
parte de un grupo hegemónico. Hemos visto el caso de una elegante y fuliginosa
dama, arrogándose la voz de los más enojados dirigentes agropecuarios, aceptó un
cargo en el poder ejecutivo nacional y, en la más clara forma de
colaboracionismo, dejó de blandir su otrora enojo, para callar cada una de las
acciones que se llevaron a cabo bajo su silencio cómplice.
Lo más lamentable, y que nos obliga a redoblar
esfuerzos en la tarea de recordar que existe una opinión definida que no cruza
líneas infranqueables por más esmero que pongan los amantes del pensamiento
único, es la falta de defensa de los principios de libertad e igualdad que
deberían llevar adelante los representantes. Esos ideales, antes principales
motores del espectro político de centro, hoy son olvidados por los mismos que
entonces los reivindicaban.
No es accidental que un grupo de gobierno acumule poder
por el poder mismo hasta hacerse absoluto, es producto de la desidia, el
desinterés por la cosa pública y la ligereza ideológica del resto de la
dirigencia.
Gustavo
P. Forgione
gustavo@forgione.com.ar
Director
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