Los patéticos
gobiernos demagógicos que supimos conseguir en el pasado, han sido
el caldo de cultivo ideal para la aparición de estos modernos
líderes mesiánicos que combinan su perfil autoritario con un
discurso populista, una inteligente perversidad y ese hipócrita
fervor democrático que los delata en forma inconfundible.
La democracia es la
herramienta imprescindible que utilizan para ejecutar su proyecto.
Se trata de declararse amantes de ella y al ejercerla, sentar las
bases de su propio aniquilamiento. La voluntad popular es el medio
para quitarle libertades a la gente, acumular poder, destruir la
república y quedarse con todo a su paso.
El camino lo
conocemos, promesas populistas, mucho de demagogia y predecibles
triunfos electorales. Con altos niveles de popularidad queda
allanado el camino para implementar la segunda fase del plan.
Reformar la Constitución, la Carta Magna, para sentar las bases de
un reeleccionismo indefinido, un presidencialismo eterno que limite
a los otros poderes de la república, a los que someterá en forma
directa o indirecta.
A partir de ahí,
todo es un juego de niños. Con la suma del poder público, vendrá la
etapa del sojuzgamiento. Una reelección primero, otra después, dando
pasos graduales pero firmes, para concentrar el poder institucional,
amedrentar a los adversarios, para cerrarle todas las puertas de
acceso al poder y acallarlos de cualquier modo.
Será tiempo entonces
del periodo expropiador, el de estatizar progresivamente,
exacerbando el espíritu nacionalista, demonizando a los extranjeros,
y concentrando la propiedad en manos del Estado para minimizar el
espacio para la propiedad privada.
La idea es poner de
rodillas a la sociedad para ir por todo. Quieren el poder, las
propiedades, la libertad y la conciencia de la gente. Para esa etapa
tendrán que eliminar derechos esenciales, dominar los medios de
comunicación y establecer un control policial sobre los individuos,
creando para ello, enemigos artificiales que justifiquen cada avance
sobre esas libertades.
Estos líderes
populistas, para construir ese sueño, requieren de un instrumento
que lo han encontrado en la democracia. Pero es en realidad ESA
forma, tan particular de concebirla, esa que aceptamos mansamente,
respetando una regla falsa, la que les permite a estos apropiadores
del sistema, avanzar en su proyecto.
Es que en América
Latina ha crecido desproporcionadamente una creencia que no resiste
análisis alguno. Estos déspotas han construido un modo de
interpretar los principios de la democracia que se sostiene sobre la
base de que todo lo que decide una mayoría debe ser aceptado por la
minoría. Una concepción casi aritmética de un valor superior. Han
convertido una filosofía que posibilita la convivencia en sociedad,
en una mera fórmula matemática, donde los más aplastan a los menos.
Así, el que gana
impone, y el que pierde se somete. Esa lógica electoral, otorga
derechos. Cada vez que triunfa, puede hacer lo que se le antoje, y
esto incluye el derecho a destruir el sistema y vulnerar sus
principios fundacionales en el proceso.
Es que en nuestras
tierras, mucha gente cree genuinamente que de eso se trata la
democracia. Han comprado la idea de que cada compulsa electoral es
algo así como una disputa deportiva, en la que hay que pasar a la
siguiente fase. |
La democracia es un
sistema de convivencia pacífica, donde la ciudadanía delega en manos
de algunos pocos un poder que le resulta propio. El poder sigue
siendo ciudadano. Por eso, los circunstanciales líderes deben
entender que están a préstamo, de paso, solo de paso. Pronto serán
historia, y si hacen las cosas razonablemente bien, podrán aspirar a
dejar una huella para las generaciones futuras, tal vez un legado.
Las dictaduras actuales
han decidido no tomar el histórico camino de
la revolución cubana. Venezuela, Bolivia,
Ecuador, Nicaragua y
la propia Honduras, de la mano de sus nuevos caudillos,
han tomado un recorrido más perverso, menos
frontal, sustancialmente más hipócrita y retorcido. Ya no
precisan de las armas, ni de la guerrilla en su sentido histórico.
Ahora han elegido disfrazarse detrás de los
ropajes de la democracia. Un sistema en el que
no creen, que detestan, pero que les viene
bien para dominar por etapas y con un programa
pergeñado al detalle, quitando una a una las libertades a la
sociedad.
La democracia no es
la caricatura que estos dictadores en potencia nos ofrecen. La
democracia preserva a las minorías, respeta las libertades
individuales, construye sobre consensos, garantiza la diversidad y
el pensamiento diferente y jamás trabajaría para limitar su esencia,
sino, en todo caso, para hacerla más transparente, más ciudadana.
Estos dictadores,
seguirán intentando convencernos, que cada elección ganada otorga
derechos para imponer. Para perpetrar su objetivo necesitan de una
sociedad capaz de creer ese cuento, de jugar ese juego, del enemigo
irreal que justifica la concentración de poder. Pero también
requiere de una sociedad descomprometida, la de los individuos que
creen que la política es tarea de otros y que no vale la pena
participar.
Los apropiadores de
la democracia conocen las reglas, saben que con un poco de mística
en sus filas y la apatía de una comunidad que los avala con su apoyo
o su silencio, pueden dar los primeros pasos de este camino. Muchos
países ya han avanzado bastante en esto. Otros se encuentran
recorriendo ese sendero con diverso éxito. Lo grave es que el plan
trazado no se detiene, van por más y la gente sigue creyendo que
esto de la democracia es un juego infantil que no gravita demasiado
en sus vidas.
Es tiempo de
despertarse. Estos dictadores vienen por nosotros. Son inteligentes
y perversos. Pero deben servirse de esta
democracia como el nuevo instrumento que han hallado para ejecutar
su proyecto. Necesitan una democracia débil, una república anémica y
una sociedad resignada, capaz de buscar en esos Mesías la solución a
sus problemas. Ellos avanzan, pero en su propósito, somos los mismos
ciudadanos los que construimos los pilares de su recorrido.
Muchos pequeños
dictadores pululan por nuestras geografías. La imperfecta democracia
que hemos construido tímidamente, alberga a demasiados personajes
como estos. Aprender a identificarlos es una tarea que bien vale la
pena. Es tiempo de cuidarse de los usurpadores de la democracia.
Alberto Medina Méndez
Periodista
www.albertomedinamendez.com
Corrientes, Corrientes, Argentina |