Nunca voy a olvidar mi sensación cuando escuché a Francisco Manrique por
primera vez: “Este tipo tiene coraje”, pensé. Lo escuchaba por la radio durante mis largas
jornadas de remo los fines de semana cuando tenía 16 años. Cursaba el cuarto año del
colegio secundario y descubría, al igual que una gran cantidad de jóvenes, el fascinante mundo de la política. Para mi
-después me enteraría que también para muchos más- Paco
representaba el modelo de político frontal y aguerrido, que decía las cosas “como son” y que no abusaba del verso para explicar que los problemas del país nos los habíamos ganado nosotros solitos y no había que echarle la culpa a nadie más que a nuestra “mentalidad de tapera”, como le gustaba machacar. “El único imperialismo es el de nuestra estupidez”, agregaba. Grande Paco! exclamaba yo, ya más afianzado en mi convicción
después de enterarme que casi toda mi familia lo votó para presidente en 1973. Las dos veces. Se sucedían los tíos, parientes y amigos de mis padres “que lo habían votado”, contaba mi
madre, alfonsinista ella. Y no faltaba alguno de ellos que aseguraba haber sido fiscal en
aquellas remotas elecciones.
Para mis jóvenes años, Paco hablaba demasiado para los jubilados y las referencias al PAMI me eran incomprensibles, no así las del PRODE que de tanto en tanto jugábamos con mi padre para divertirnos.
Jamás acertamos más de ocho partidos. A medida que fui leyendo y que me fueron
contando, aprendí que había un antes y un después de Manrique en materia de seguridad social para los mayores. El PAMI le había cambiado la vida a millones cuando él fue
Ministro. (Es increíble como al día de hoy muchos hijos de aquellos “viejos” hablan con cariño de Paco).
En el colegio, yo era el único manriquista y me batía fieramente contra alfonsinistas y otras yerbas. Disfrutaba con cada estocada de Paco al
bipartidismo y compartía su crítica visión de los dos partidos
mayoritarios. PACO GANA, decía a mis compañeros, y escribía en paginas en blanco de mis
cuadernos escolares, y también en paredes de subte (la línea D fue la mas perjudicada por mis
marcadores gruesos). Y hacía la “muelita”, esa suerte
de letra “eme” mayúscula y gorda que |
venia a ser como
la eme de Manrique y que habían patentado los chicos de la Juventud Federal (JuFe), con Teresita Manrique a la cabeza. Paco se había convertido para mi en la inspiración y había despertado pasiones que yo no conocía. A tal punto, que descubrí que
había un servicio de micros que se llamaba “La Lujanera” cuando emprendí desde Plaza Once, mi solitario viaje de dos horas a
Luján para asistir al acto de cierre de campaña de Paco en el '83, en los pagos de la querida Ruth Monjardin. No lo pude votar en esa elección, pero el Paco
había llegado para quedarse en mi corazón.
Y
en la estrepitosa derrota del '83 fue donde Manrique adquirió para mi más
valor todavía. El, que había conseguido casi 2 millones de votos en el
73, que tenia poder y ascendiente para armar las listas a su antojo, había
decidido sin embargo, por principios, no encabezar las dos boletas, como
sí hizo Alsogaray, por ejemplo, es decir la de Presidente de la Nación
y la de diputados nacionales por la capital, no obstante algunas señales
que indicaban que había que jugar a seguro. Creo que todos sabían que
no llegaba a Presidente, pero a diputado hubiera podido llegar. Y no lo
hizo. Y obviamente, el llano fue su lugar.
Corría ya el año 85 y con 18 años, afiliarme al PF era lo único que
me faltaba. Ser de la JuFe no me libró de escribir sobres para miles de
jubilados. Otra vez, ese electorado dilecto de Paco, la razón de sus
desvelos de los últimos años, era el destinatario de los esfuerzos
partidarios. Pero lo mío y de los muchachos de la JuFe era la
Universidad, y sin dejar de hacer sobres a mano (que bien nos hubiera
venido una computadora) comenzamos la militancia en la facultad. Largos
días y noches marcaban el ritmo de una campaña frenética, con sus pintadas nocturnas y sus
caravanas de fin de semana. Otra vez las “muelitas”, otra vez las matracas, otra vez la ilusión. Paco enseñaba el camino con su discurso siempre claro y frontal. Los resultados de dicha elección me enfrentaron a mi primera gran frustración política y me demostrarían que suerte y virtud no siempre van de la
mano. Por 2500 votos, Paco no obtuvo
su banca en la Cámara de Diputados de la Nación. |
Recuerdo nuestras caras en el escrutinio del Correo (las de los “Jufes”), la sentida
conversación telefónica de aquella madrugada entre Paco y Teresita, cuando ya todo estaba jugado. Pero el Paco se repuso y al día siguiente era nota en La Nación: “Mi banca será la calle”, afirmó. Y siguió trabajando,
como era su sello. Nunca se detuvo y un buen día, todos los argentinos lo empezaron a ver en Nuevediario, en ese entonces, el noticiero de mayor audiencia del país, con ratings históricos. Paco era mucho más que
cualquier dirigente que tuviera un cargo oficial. Y se sentía en la calle. Por eso habrá sido que el Presidente Alfonsín lo convocó para ser Secretario de Turismo de la Nación, dándole mayor jerarquía a un organismo de menor nivel que era el Enatur. Y Paco la rompió. Estuvo en todos lados; recorrió todos los
destinos turísticos del país para relevar sus necesidades; se metió en los baños de bares y
restaurantes para ver que estuvieran en condiciones para atender al turismo, y si no lo estaban, él mismo se encargaba de
apercibirlos; encaró campañas masivas de comunicación tanto para atraer al extranjero como para movilizar el turismo interno.
Paco la rompió. Y Alfonsín lo eligió para integrar las listas de
diputados nacionales del '87 en tercer término. Paco marcó la
diferencia para un oficialismo que ya empezaba a mostrar signos de agotamiento. Y Paco,
finalmente, fue Diputado de la Nación. Aquella triste noche del correo quedaba definitivamente atrás.
Paco postergó su asunción porque quería terminar cuestiones que le habían quedado
pendientes en la Secretaria. Y el destino le jugó una de las suyas y se fue en febrero de 1988.
En las páginas que siguen hemos intentado resumir una vida pública de mas de treinta años, de la cual, tan solo un poco
menos de la mitad, la “compartió” con los hombres y mujeres del Partido Federal, su partido, y el que nosotros hemos intentado honrar todos estos largos años desde que falleció.
Sirva entonces este recuerdo y el dedicado trabajo que sigue como homenaje a un hombre que cambio la vida de muchas personas, entre ellas, la mía misma.
Martín Borrelli
Presidente del Partido Federal |